26 sept 2019

MI BANCO DE LA ALAMEDA

NOSTALGIAS 
Sentado en mi banco 
del bulevar de las sombras.
Sombras de luna de plata, 
sombras que huelen a otoño,
sombras de nostalgias viejas,

Yo barrunto el otoño 
que huele a melancolías
de tiempos que ya se fueran,
de noches efímeras, alegres, 
burlescas
de días con horas largas,
con horas casi eternas.

La brisa del norte,
sibilina suave y fresca, 
con las hojas de los álamos 
bailan y se van de juerga.
Una hoja, de un tilo cercano,
se arroja al vacío animosa, 
inconsciente y ciega.
Y gira, y gira en el aire, 
y vuela y vuela y vuela
sin prisa, sin ganas, 
sin ninguna meta, 
como joven que sueña y sueña.

Despacio ella se desplaza,
se agarra a las alas del aire 
y en ellas trabada se queda.

La hoja cae a mis pies 
y junto a ellos, se quedó varada,
se quedó muy quieta.
Varada cual barca tendida al sol,
en una playa olvidada y sola.

Las hojas de los olmos 
de la alameda, 
bailan sin cesar y sin cesar juegan 
con los vientos del norte que traen 
en sus alas aromas de tierras lejanas 
de tierras remotas e ignotas. 

Las hojas a mí me hablan, 
las hojas me cuentan sus penas, 
me dicen de sus esperanzas,
testamentos, de vidas muy cortas.

Las hojas cubren poco a poco 
calles, asfalto y aceras 
y el viento celoso las junta a todas 
para que se sequen y muy juntas 
ellas mueran.

Las hojas me dicen, me dicen; 
que el otoño llega, 
que los árboles de las alamedas 
muy desnudos poco a poco quedan 
y muestran ocultos secretos 
al que mirar, hacia ellos quiera.

Yo, he visto los nidos de los ruiseñores, 
de jilgueros y de las cornejas, 
todos ellos muy solos y desnudos, 
esperando con mucha impaciencia, 
a que sus dueños vuelvan, 
quizás, en próximas primaveras.

En los troncos desnudos he visto, 
heridas de guerras, 
de hachas blandidas por manos ajenas 
y nombres escritos con mimo, 
corazones que letras encierran, 
letras que hablan de amores, 
de amores lejanos o cercanos, 
de amores; y esperanzas nuevas.

Me gusta sentarme en las tardes
oscuras, 
cuando el otoño llega,
me gusta a mí sentarme
en los bancos de la alameda, 
y contemplar en silencio 
los olmos desnudos, 
con sus nidos vacíos, 
con las hojas que pocas les quedan 
y también, también, también, 
sus cicatrices de, antiguas guerras.

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