8 mar 2006

ROMANCE DEL ALHAMBRA



UNA ROSA Y UN CLAVEL
Era una mañana temprano,
era la aurora de Abril,
la brisa olía a rosa, madreselva y jazmín.
En el jardín de La Alhambra,
la más bella de las rosas,
del rosal mejor cuidado
peinaba sus bellos pétalos
en un estanque diáfano.
Usa un peine que tiene,
que tiene púas doradas
son; los rayitos del sol,
del sol de Sierra Nevada.

Tras el Veleta asoma
el sol de cada mañana,
sol que despierta a la nieve,
nieve que deslumbra al alba.
Las gotitas del roció
su belleza realzaba
y el aroma de sus pétalos
embriaga todita La Alcazaba.

Rosa bella, bella rosa,
rosa mora de La Alhambra.
Rosa bella y primorosa,
que te riega el agua fresca
de las fuentes cantarinas
del palacio de La Alhambra.

La brisa mecía la rosa,
en su tallo engarzada.
La esencia de su aroma
por celosías entraba,
perfumando los harenes y salones,
las alcobas y las salas.

Como se mecía la rosa,
que vanidosa estaba,
en un lugar preferente del jardín
junto a la fuente encantada.

La brisa del río Genil
con ella juega en su rama.
En la alberca de Los Leones,
su beldad ella mostraba.

Se sentía la más bella,
la más linda y mimada
del jardín de La Alcazaba.
Y para seguirlo siendo,
a la brisa de la tarde
su dulce aroma prestaba.
La brisa agradecida
por las estancias llevaba,
aquel aroma tan dulce
que cada rincón llenaba.

Desde un mirador alto,
un lindo clavel miraba,
mientras la brisa del río
que cruza junto La Alhambra
juega con su largo tallo
enroscándolo en la rama.

Se enamoró el clavel
de la rosa endiosada,
que cantonea su talle
en el tobogán del agua.

Cómo la amaba el clavel.
Conque pasión la miraba.
Pero la rosa engreída,
ni una mirada le echaba.

El clavel perdió el pudor
y con la brisa su amiga,
cada noche la manda
un poema de amor
a la rosa endiosada.
Pero la rosa engreída
no quiso escuchar palabra.

Pasaron los días,
las fuentes cantaban,
la brisa y el sol
la flor marchitaban.

El lindo clavel desde su balcón
todo su dolor y su desespero
al viento lanzaba.

Que sola está la rosa,
ya la brisa no la habla,
ni la alberca transparente
su belleza reflejaba.

El jardinero;
ya tampoco la miraba.
Hacía días que no acudía
no acudía a visitarla
ni a regarla, ni abonarla,
ni a olerla y mimarla.

Sólo el clavel hacia ella,
a todas horas miraba.
En su boca un suspiro,
en sus ojos una lagrima.
Y en cada atardecer
sus poemas recitaba.
En el susurro del aire
él sus versos engarzaba
y con ellos a su rosa
de amor la solicitaba.

Una mañana muy fresca,
llegó el jardinero al alba,
en sus manos unas tijeras
y la cortó sin mirarla.
Separándola del tallo,
que a ella vida le daba.
La arrojó en un rincón
junto con las hierbas malas
debajo de aquel balcón
en que el clavel habitaba.

Al verla morir tan sola
y tan mal acompañada.
Pidió a la brisa su amiga
y al viento de la mañana,
que soplasen, que soplasen
y que rompiesen su rama.

El clavel cayó herido,
junto a su rosa adorada.
La rosa en su agonía,
la pena le angustiaba,
de no haber sabido ver,
aquel amor tan inmenso
que el tierno clavel la daba.

El verano terminó,
el otoño y el invierno
ya han cruzado por La Alhambra
y en la primavera fresca
en aquel mismo lugar
donde ambos se secaran.

Ha florecido un clavel
que con un lindo rosal
tienen cruzadas sus ramas.

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