EL GARABATO DE LA VIEJA TORRE.
En las altas torres de los campanarios
de viejas iglesias, de grandes palacios,
de las casas torres donde hubo antaño
un señor feudal dueño de la hacienda
y de sus esclavos.
En esas altas torres y finos pináculos
pueden contemplarse la estática figura
de un garabato.
El viento la azota sus cuatro costados
la inclemente lluvia, el duro granizo,
la suave nieve la moja, golpea y la cubre.
Impasiblemente y ella sigue quieta,
ella no se mueve
y mira al viento, la lluvia, al terco granizo,
la tenue nieve de frente e impasiblemente.
Parece que el viento, la lluvia y la nieve
a ella no la afecten y además los quiere.
La cigüeña blanca que un año y otro
en febrero viene y ocupa su nido
en la vieja
torre.
Y su silueta siempre en las noches
ella se recorta en la luz de luna,
de esa luna, que en las noches viene
a hablar de sus cosas con esa cigüeña
que habita en la torre.
Yo la miro, miro cada noche, noche
desde mi ventana y ella indolente
mira de cara al viento y a la lluvia fuerte
la mira de frente, como al peligro
miran los valientes
La vemos volar con su suave vuelo
el aire requiebra, caminar pausada
en los lodazares cubiertos de agua
con su largo pico penetrar la tierra
buscando el sustento para su dos hijos.
Estática, como un garabato del cielo colgado
ella se recorta en el sol naciente
y en el del ocaso que trae el Poniente.
Contempla impasible el orto del Este
y en el ocaso que ocurre en el Oeste ve,
como se desliza el sol que se muere.
Mas ella, cuando en su nido todo se completa,
levanta su vuelo y coge una térmica
y vuela y
vuela,
buscando otros campos con aguas someras
llenas de reptiles, batracios y en ellas a vivir se
queda
esperando el tiempo para que ella vuelva
a ocupar su nido en la alta torre de mi vieja iglesia.
Cada día yo miro hacia esa torre,
hoy muy sola y triste sin su garabato
colgado del cielo tan alto, tan alto.
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