12 may 2015

A UNA CIGÜEÑA

EL GARABATO DE LA VIEJA TORRE.
En las altas torres de los campanarios 
de viejas iglesias, de grandes palacios, 
de las casas torres donde hubo antaño 
un señor feudal dueño de la hacienda 
y de sus esclavos. 
En esas altas torres y finos pináculos 
pueden contemplarse la estática figura 
de un garabato.

El viento la azota sus cuatro costados 
la inclemente lluvia, el duro granizo, 
la suave nieve la moja, golpea y la cubre.
Impasiblemente y ella sigue quieta, 
ella no se mueve 
y mira al viento, la lluvia, al terco granizo, 
la tenue nieve de frente e impasiblemente.
Parece que el viento, la lluvia y la nieve 
a ella no la afecten y además los quiere.

La cigüeña blanca que un año y otro 
en febrero viene y ocupa su nido 
en la vieja torre.
Y su silueta siempre en las noches 
ella se recorta en la luz de luna, 
de esa luna, que en las noches viene 
a hablar de sus cosas con esa cigüeña 
que habita en la torre.

Yo la miro, miro cada noche, noche 
desde mi ventana y ella indolente 
mira de cara al viento y a la lluvia fuerte
la mira de frente, como al peligro 
miran los valientes

La vemos volar con su suave vuelo 
el aire requiebra, caminar pausada 
en los lodazares cubiertos de agua
con su largo pico penetrar la tierra 
buscando el sustento para su dos hijos.

Estática, como un garabato del cielo colgado 
ella se recorta en el sol naciente 
y en el del ocaso que trae el Poniente.

Contempla impasible el orto del Este 
y en el ocaso que ocurre en el Oeste ve, 
como se desliza el sol que se muere.

Mas ella, cuando en su nido todo se completa, 
levanta su vuelo y coge una térmica 
y vuela y vuela,
buscando otros campos con aguas someras 
llenas de reptiles, batracios y en ellas a vivir se queda 
esperando el tiempo para que ella vuelva 
a ocupar su nido en la alta torre de mi vieja iglesia.

Cada día yo miro hacia esa torre,
hoy muy sola y triste sin su garabato 
colgado del cielo tan alto, tan alto.

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