... DE UN PAÍS IMAGINARIO.
En un puerto olvidado de un país imaginario
entre barcos atracados, veleros que se mecían
con el trapo recogido y sus palos desnudados.
Un puerto que huele a sal, a cordaje envejecido,
a pescado seco y crudo, a mar duro y desabrido.
Un puerto casi olvidado de un país que no es el mío.
Un marinero achispado en la barra de un bar
contaba a quien quisiera escuchar
la historia de una linda gaviota que luchaba
entre las olas de un mar enfurecido y bravío
no queriendo ella volar porque no quería estar sola.
Me acerque al marinero, le pedí que me contara
la historia que él relataba para mí desde el inicio.
Una botella de ron me costó aquella historia
que habla de una linda, triste y sola gaviota
envejecida
que pretendía morir al pensar que estaba sola.
Una historia de veleros gallardos y marineros
que cortan el mar y las olas pretendiendo
avanzar
para encontrar otro mar, otro puerto, otro amor
y quizás un nuevo hogar.
Veleros, gobernados por esos lobos de mar
que por patria tienen el mar y sus pueblos
son los puertos donde suelen atracar.
Su patria es el mar bravío, sus pueblos son cualquier
puerto,
su hogar es; el casco vulgar y frío de un velero que
es mecido
por el mar enfurecido y batido por los vientos.
Aquel marinero acodado en la barra de aquel bar
me contó aquella historia de aquella triste gaviota,
que encontró un nuevo amor en el velero y en el mar.
Nunca jamás se posó en los mástiles de otros
barcos
ni voló a mar extraño, ni escuchó los otros
cantos
que no fuese de su nuevo amor que maneja el timón.
Pero un día que el velero navegaba doblando el cabo de
Hornos
una ingrata galerna hizo que el mar se tragara
y lo hundiera en sus entrañas.
El mar fue la tumba impersonal del marinero
enamorado
de la gaviota y del mar traicionero.
También, de aquella gaviota que en la jarcia se
posaba.
Murieron junto los dos, por su amor y en su mar.
Nunca podré yo olvidar aquella historia tan
triste
y tan bella a la vez.
Yo, que navegaba los mares, de puerto en puerto,
de playa en playa buscando la gaviota
que un día abandoné, en mi puerto y en mi playa
yo a ella sola, muy sola la dejé.
Creo que mi gaviota es la misma
gaviota que un día su historia a mí me
contaron
en un puerto muy lejano de un país imaginario.
1 comentario:
Hola mí querido amigo:
Preciosa la triste historia de la gaviota que crees es la tuya. Es triste, sí, pero enmarcada en un paisaje caribeño, si no me equivoco, hermoso, pero triste por la oscuridad de la tormenta.
Las viejas gaviotas, nuestras. Murieron. Démosle paso a otras gaviotas, llenas de ilusiones y de sueños. (Aunque tú, ya mataste una chiquilla extraviada) Cuando llegue otra, acógela en tus brazos y no la dejes regresar a su destino. Simplemente, cuídala, protegerla y enséñale a vivir sus sueños.
Un gran abrazo Eva
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