Y MI NIÑEZ.
Cuando me siento solo
vienen a mí los recuerdos
recuerdos de mi niñez,
de mis campos, de mi pueblo.
Siento que llegan a mí
los aromas de los campos,
de esos campos en flor
con los que a veces yo sueño
y yo lo vuelvo a vivir.
Vivir de aquellos recuerdos.
El romero que despierta
antes de salir el sol,
las jaras que con su ládano
van destilando sus aromas
y lloran lágrimas de goma
que te agarran y te toman
y contigo ella se fue.
El tomillo y lavanda
con sus aromas permanentes
las sueltan tan lentamente
que impregna todo el ambiente
En los ambientes más húmedos
la frondosa madreselva
se cobija a las sombras,
huele a dulce y muy melosa
las madreselvas son ellas;
tan dulces y empalagosas.
Las más austeras y sencillas
son las adelfas esquivas,
ellas que frondosas crecen
a la orilla de los arroyos
entre mimbreros y juncos,
entre fresnos y rebollos
y beben de las corrientes.
Sus aromas como ellas
son austeras y esquivas
huelen solo cuando el alba
las besa e ilumina.
Y esas erectas retamas
que a sus pies la hierba duerme,
huelen ellas a mies segada recién
y al rastrojo presente
en la besana silente.
Huele a campo, huele a cielo,
a lluvia recién caída
que refresca el duro ambiente,
y huele a esparto crujiente.
Huele a campo que se vierte
desde el alba hasta el ocaso
y en las noches de verano
el campo nunca se duerme,
él permanece velando.
Recuerdo yo los aromas
que me llevan a mí niñez
y que duermen en mis recuerdos
esperando a que yo un día
los despierte, los despierte
y junto a ellos volando
yo los vuelva a oler
y poder seguir soñando.
Olor a tierra mojada
por la lluvia que en mis sueños
caen sobre las besanas
regando el campo sediento,
que nunca duerme
y durmiendo está gritando.
Huele a aromas de mi niñez
que mi cerebro retiene
y vuelven a mi otra vez
a la vida de los sueños.
De mis sueños de niñez.
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