...PANDEMIA. 1 - 2 -3 -4.
I
El
peregrino entra caminando
en
la ciudad confinada.
Y
en ella solo encuentra
al
viento que va andando
con
el silencio a cuesta.
El
peregrino llegó
del
camino polvoriento
a
la solitaria plaza
de
este desértico pueblo.
La
plaza está vacía
envuelta
en su silencio,
solo
se escucha en ella
el
susurro de la brisa
que
juega con las farolas
el
quiosco de la música
y
con oscuros sueños.
El
peregrino con su paso
vacilante
vacilante
con
ese inmenso peso
que
es el duro silencio,
con
la mirada perdida
en
las calles solitarias
en
las fantasmas avenidas
por
donde solo camina,
tan
solo, el silencio y la inquina.
Y
en el parque de los niños
el
silencio es ofensivo,
solo
las fuentes ajenas,
al
cautiverio que sufren
los
ancianos y los niños,
cantan con su alegre
y monótona rima
sin
darse por aludidas
de
esa dura prisión
de estar encerrados
en vida.
El
peregrino, de nuevo
de
nuevo torna a la calle
y
ante tanta soledad
su
corazón se le parte,
Camina
y cruza el puente,
abandona
la ciudad,
dejando
atrás el silencio
y a
la triste soledad
y a
la sombra de la muerte
que
siempre acechando está.
Y a
las afueras de ella
en
una piedra se sienta
el
peregrino a llorar
el
corazón se le parte
ante
tanta soledad.
II
Sigue
su camino andando
nuestro
triste peregrino
y
en otra ciudad va entrando,
ciudad,
que está
muy
cercana al camino
por el que él andando va.
Recorre
sus amplias calles
y
contempla sus balcones
con
sus claveles colgando
las macetas con sus flores
que
la primavera en ellas
las poco a poco las despierta.
Balcones,
ventanas
completas
de alegres flores
que
confrontan
con
las penas y los dolores
que
sufren sus moradores.
En
un banco solitario
de
una amplia avenida,
se
sientan unos señores
y
mientras hablan se miran,
se
comentan,
sus
penas sus sinsabores
con
la tristeza que en su faz
permanentemente muestran.
El
peregrino los deja
con
sus pesares a cuesta
y
mientras él se aleja
y
su mirada a él le muestra
cómo
se encuentran las puertas
de
esta ciudad hoy desierta,
sus
puertas cerradas están,
sus
ventanas entornadas
y
sus alegrías calladas
quizás
su alegrías esten muertas.
Tan
solo él por las calles
y
algún perro vagabundo,
un
gorrión que posado
sobre
un viejo tamarindo
espera
desesperado
las
migas de la merienda
de
un niño que hace tiempo
hace
tiempo se ausentado.
Un
niño que no sale a la calle,
que
en casa está encerrado.
El
peregrino apenado
debe
seguir su camino
y
sus pies lo van llevando
pisando
esas aceras
que
hace tiempo que no pisan
los
pies para las que las hicieran.
El
peregrino va andando,
va
arrastrando su pena
por
esos largos caminos
que
hoy tan solitarios encuentra.
III
El
peregrino hoy se acerca
al
parque en el que los niños juegan,
con
sus juegos solitarios,
juegos
que hoy son quimera
de
los sueños que soñaron
durante
esta pandemia.
Hoy
el parque está muy solo,
hoy
los niños ya no juegan,
están
muy solos los columpios,
toboganes
y las circulares norias.
El
peregrino se sienta
en
un banco solitario
a
la sombra de una acacia
que
está muy triste y muy sola
con
su sombra abandonada.
En
el silencio aquel,
silencio
que al parque envuelve
escucha
el cantar
de
las monótonas fuentes,
cantan
ajenas a lo que
en
su alrededor sucede.
El
peregrino se deleita
con
el aroma de las flores
de
parterres y rosaledas,
aromas
que ahora se pierden
pues
nadie;
las
contemplan ni las huelen.
Ve
los parterres floridos,
los
colores en ellos explotan,
en
las dalias y clavelinas,
en
geranios y azucenas...
Cuando
ya ha descansado,
cuando
la pena lo agobia
sale
del parque el peregrino
andado
y se despide con pena
de
los niños encerrados
por
esta larga, dura, ingrata
e
incomprensible pandemia.
Atrás
queda la ciudad encerrada,
asomada
a sus balcones y ventanas,
muchos
lo vieron marchar
sin
despedirse siquiera.
Cruza
el arroyo Peroja
por
su puente de madera
y
en su orilla la ermita
tan
solitaria y ajena.
Tiene
como titular
a
un Santo muy peregrino
que
pasó por el lugar
andando
estos caminos.
Por
San Roque conocido.
El
peregrino no se detiene,
y
sigue él su camino
va
rezando un padrenuestro
por
todos los peregrinos
que
aún caminan,
también
por los que murieron
a
lo largo del camino
El
peregrino camina,
siguiendo
al sol que es su amigo.
IV
La
noche acecha al camino
y
el peregrino observa,
como
la tarde se arroja
por
el profundo abismo
que
el ocaso presenta.
La
tarde jamás encuentra
donde
poder sujetarse
para
hacer frente a la noche
e
impedir que su oscuridad
se
adueñe de cada tarde.
Ya
la luna se contempla,
ya
las estrellas se esparcen,
ya
la noche es la noche
su
oscuridad es palpable.
Bajo
la copa de una encina
que
está cerca del camino
el
peregrino encuentra
para
su cuerpo refugio.
Cansado
y triste apoya
su
cuerpo en el tronco de la encina
contempla
la noche oscura
ella
es también su amiga.
Las
noches son largas
para
nuestro peregrino,
la
noche son solitarias
las
pasa en el camino
hablando
consigo mismo.
En
las noches él siente
el
temor de la soledad,
lo
humano y lo divino
contempla
la hermosura
de
un cielo estrellado,
de
su gran inmensidad
del
silencio en el encerrado
en
su grandiosidad.
El
peregrino en las noches
a
sí mismo él se habla
de
lo humano, lo divino,
lo
que sabe, lo que ignora,
lo
mucho que ha aprendido
desde
la tarde a la aurora
desde
la aurora a la tarde
caminando
por el camino
por
los caminos a solas.
La
primera luz del alba
la
contempla el peregrino,
pensado
en una nueva jornada
por
esos largos y solitarios caminos,
que
unen pueblos, y ciudades
de
los que el peregrino habla
consigo mismo.
1 comentario:
Hola mi querido amigo:
El silencio es tan total. Tanto...que me abruma. Te felicito por tan hermosos poemas y pensemos, que todo volverá a ser como antes o mejor. Mejor nosotros, mejor la naturaleza, mejor todo. Soñemos. Felicidades y nuevamente, te repito, estas escribiendo muy hermoso.
me voy a dormir ya. Un gran abrazo, Eva
Publicar un comentario