EL ESPEJO EN QUE
MIRARME.
Silencioso
camina el río
rebasando
los meandros
en
un final relajado
tranquilo
y sosegado.
Parece
que está dormido,
parece
que está soñando
parece;
que
mi río está pensando
en
lo que es su destino,
al
que se está acercando.
Quizás
recuerde el camino
por
donde él ha caminado
para
llegar al destino,
que
ya lo está alcanzando.
Solo
una golondrina
en
un vuelo raso y rápido
se
acerca para besarlo
y
en un junco de ribera
una
libélula curiosa
se
mece con su compás,
mientras
contempla al río
tan despacito caminando.
Contemplo
yo a mí río
ahora
severo y extraño,
con
su cara bondadosa
de un señor con muchos años.
Del
reo que acepta su sentencia
de
rendirse por completo
perdiendo su identidad
y también sus experiencias.
Diluirse
por completo
en
lo arcano y tenebroso
de
ese mar vasto y profundo
donde
se diluye el todo.
Yo
lo conocí de niño
cuando
se mostraba al mundo
surgiendo
de una roca
de
lo ignoto y lo profundo.
Una
roca toda ella tapizada
por
el más suave musgo
y por ovas acariciada
al bebé que venía al mundo.
Mi
río se despereza
saltando
de roca en roca
gritando
sin tener boca,
babeando
blanca espuma
asustando
a todo aquel
que
a él se le aproxima.
Baja,
cual joven alocado
por
los áspero rabiones
y
corre, salta y grita
y nada a él lo detiene.
Después,
en el curso mediano,
mi
río parece que se detiene
y
ofrece su gran tesoro
a
quien a él se le acerque.
A
veces hasta se enfada
y
los hombres a él lo temen,
pero
sin él no son nada
y
lo cuidan, lo aman, lo quieren...
y a
su río acompañan
sembrando
en su ribera,
sus vergeles y sus casas.
Cuando
cansado de andar
llega
a su curso bajo
el
río pierde su fuerza
se
relaja, se hace opaco
y
se muestra como es,
es
un río ya muy anciano,
que
anhela su descanso
y
así poder regresar
un
día al curso alto
para volver a disfrutar
de
la juventud de antaño.
Es mí río ese espejo
donde poder yo mirarme,
pero su vida,
al contrario que la mía
se
renueva a cada instante.
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