MI PARQUE, MI CASA
Miro el caer de la tarde
sentado en el banco
de mi solitario
parque.
La luz del sol
languidece
y las sombras
silenciosas
van ocupando del
parque
sus espacios y sus
horas.
Las aves retornan
hacia el
calor de las calles,
se posan en los aleros de las
casas,
junto al calor de las lúcidas
farolas,
les gusta escuchar,
el
murmullo de la gente
y el rumor del caminar de
las horas.
El parque queda vacío,
por sus paseos no hay
nadie,
la brisa suave recorre sus
avenidas
baila con las ultimas hojas
de un otoño fulminante.
Hojas, que aún de las ramas
cuelgan
de los viejos sicomoros,
que ahora están sin sombra.
Miro y observo las
hojas
que aún aguantan el
baile
y después de varias
vueltas,
las hojas pierden su
talle
y al suelo caen; están
muertas.
Son más fuerte, sus ansias
por ese baile
con el viento de la
tarde
que sus ganas de
vivir
en sus ramas sin su baile.
Mueren al caer de la
tarde,
pero lo hacen
bailando,
bailando con la brisa, con
el viento
dejando su sitio
abierto
para que llegue el
invierno
y pueda regenerarse
el
lugar donde vivieron,
donde bailando murieron.
Ellas murieron,
una tarde de
otoño
cuando estaba anocheciendo.
No tiene la culpa el
viento
de que las hojas se
caigan,
él las invita a
bailar
y ellas danzan y
danzan,
hasta que no pueden más.
La tarde se fue
marchando
por el lejano
horizonte
y el parque
se llenó de densas
sombras
y de oscuros fantasmones.
Un triste gato me
mira
y me mira fijamente,
mira a la luna
creciente
y maúlla
inconsciente.
La luna y el gato me observan,
me miran muy
fijamente,
quizás tan solo ellos vean;
la tristeza de mi vida
y mi soledad latente.
El cielo está
estrellado
y las farolas
luciendo,
un coche se ha parado
de él baja una
señora,
alegre y muy sonriente
que en mí; ni se fija,
ni repara
ella se siente,
muy feliz y
muy alegre.
La oigo cómo se aleja
por
una acera cercana
escucho, una puerta que se
abre
y el golpe, de cerrarla.
Miro el parque ya
vacío,
lleno de luces y de
sombras
de algún perro
vagabundo
que mea en las farolas, escucho
en las ramas de los
árboles,
el runrún de las palomas.
Una ráfaga, de la brisa de
la tarde
acaricia mi
arrugado rostro
y me dice en su
abrazo;
¡Amigo mío! de retirarse ya
es hora,
ya las aves se
acostaron,
ya callaron las
palomas,
ya los gatos se
marcharon
y los perros
vagabundos
husmean,
en las calles otras
farolas.
Poco a poco, dejo el
parque
y mi banco queda solo y vacío,
el sicomoro con sus ramas
ya desnudas
los setos ennegrecidos
y la
hierba blanquecina
por el roció que cae
y que
en el césped se posa.
Las calles están
vacías
y los semáforos tornan
del rojo al amarillo
y en
el verde se demoran.
Escucho al subir por mi
escalera,
televisores que hablan,
huelo a manjares guisados,
a pasteles horneados
que mis papilas despiertan.
y cuando cierro mi puerta
la
soledad a mí me espera,
está dentro de mi casa.
El silencio en ella impera.
El silencio a mí me espera
en un parque y en una casa.
En ambos callan y esperan
y al mismo
tiempo me hablan.
2 comentarios:
Preciosa. Aunque triste
Querido amigo:
Recuerda, la soledad es nuestra amiga.
Cierra los ojos y mírala y veras que es la amable cómplice de nuestros sueños, de nuestras alegrías, aventuras y logros. También, de nuestras tristezas y fracasos. Está ahí y es leal, es fiel y aunque estemos rodeados de multitudes, de alabanzas y atenciones. Solos, nacemos, vivimos y morimos. Solos, amamos, perdonamos, guardamos hermosos recuerdos, o grandes dolores, rechazos, amarguras, rabias o rencores.
¿Entonces? Es tu amiga y nunca sentirás ningún vacío en tu vida, aunque estés triste.
Con toda mi admiración un abrazo Eva
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