16 may 2017

LA CALLE DEL SILENCIO


LA CITA.
Sentía deslizarse las horas 
de aquella triste tarde 
en que lloraban las canales, 
gemía el viento y el frío 
mordía mis carnes flácidas 
bajo aquella camisa mojada 
que se pegaba a mi cuerpo
aterido de frío.

La tarde se me escapaba 
y sus horas ya no estaban 
en mi reloj, se habían escurrido, 
como se desliza el agua de lluvia 
por el sumidero que recogía
la lluvia que caía incesantemente 
en la estrecha calle vacía sin gente.
Por la calle la gente pasaba corría 
con su cabeza agachada
para protegerse de la lluvia.
Y yo esperaba a que tú vinieses.

Poco a poco la calle se quedó a solas,
a solas con la lluvia y el viento, 
y los tres ignoraron mi presencia,
yo, bajo aquel alero que tan solo 
creaba en mi la ilusión de ser
mí protector.

El último autobús llego a la parada 
abrió sus puertas, mas nadie bajo de él,
tal y como ocurría cada día desde 
hacía ya más de dos años.

Poco a poco me fui alejando 
de aquel lugar
bajo una lluvia en la que se
columpian y resbalan jugando
las luces de las farolas de la calle 
solitaria.

Mi corazón me decía que siguiera
esperándote, 
que tú vendrás a la cita.
Mi mente bien sabia, 
que tú jamás acudirías, 
aunque yo cada día te siguiese 
esperando, tal y, como así lo hacía.

La lluvia dejo de caer, 
la calle adquirió un brillo a charol,
y entonces una vez más yo comprendí.
Que donde tú marchaste;
jamás nadie, nadie va para volver.

Y yo, lloré, lloré un día más
y mi llanto se mezcló con la 
lluvia de la tarde que volvió a caer.
Esa tarde que se fue, se fue para volver,
volver a su cita, cada día sin faltar.


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