14 feb 2018

PASA LA VIDA

SIN DARNOS CUENTA.
De nuevo, un día más, 
me he sentado a contemplar
cómo pasa la vida 
por delante de nosotros 
y sin apenas vivirla.

Era una tarde gris 
de tempranas primaveras, 
de inviernos que no se marchan, 
de aves que se demoran 
de veranos que no llegan 
con los que algunos soñamos, 
de otoños melancólicos 
que hace poco ya se fueran.

Mi vista en el horizonte 
donde se abrazan el cielo 
y su pareja la tierra. 
Por él, el sol ya se esconde 
tras unas nubes muy quietas 
y por el cielo aún vuelan 
negros cuervos en bandadas 
graznando a la blanca luna 
que tras el monte asomaba.

Escucho al arroyuelo que ajeno 
junto a mí pasa. 
Corre, corre, canta, canta 
sin que nadie lo detenga 
hasta que entrega sus aguas
y en él la vida se aquieta.
Ajeno el arroyuelo a la vida, 
que junto con él cabalga, 
la vida y el arroyuelo 
no se detienen por nada,
su reloj, el de la vida
tiene siempre cuerda dada.

Un árbol solitario y desnudo 
cede las cuerdas templadas 
de sus desvestidas ramas 
a la guitarra del viento 
para que toque en ellas
su sinfonía de invierno.
La música de invierno es; 
es el llanto y el lamento, 
en primavera es la risa de los niños, 
en verano es sueño de juventud, 
y en otoño es, 
melancolía del tiempo.
Tal y como es la vida; 
en el ocaso del tiempo.

Ya las estrellas rilaban 
y con mi andar de paso lento,
retorné hacia mi casa 
donde terminar mi invierno
que el reloj de esta vida,
siempre tiene, marcado 
muy bien los tiempos.

Aquellos soles de niño, 
aquellas brisas del tiempo, 
aquellas flores tan lindas 
que cubrían todo el suelo.
El verano con su abrazo 
las maduró antes de tiempo 
y se esfumaron los sueños.
El otoño las adornó 
con tonos de oro viejo
y el invierno las borró 
para siempre sus recuerdos.

Pasa la vida y sin darnos cuenta

nos hacemos viejos, viejos.

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