...INVIERNO.
Hace ya algunos años
sin darme cuenta llegó
a mí el invierno del
final
de mi carrera.
El invierno frío del desabrigo
de mi presencia
sobre esta tierra.
Siento la carencia del sol
en las mañanas de mi
invierno
que cada día está más
dentro
de mí y en mi presencia
siento su frío, siento
su
fuerza y mi desasosiego.
Ese invierno
que entró en mí,
poco a poco, día a día,
mes a mes,
año a año en un sueño
y en mí se quedó
sujeto.
Entro en mí para
quedarse
hasta el final cierto.
Ese sol suave y
tierno,
inocente y
cariñoso,
es, como un niño que
acepta
los mimos y las
caricias
del que se siente más
cerca.
Ese sol que cada
día
me acaricia y lo
acaricio.
Ese sol de mi
invierno
que besa tiernamente
mi piel con su
suavidad
con su cariño y
ternura,
con su mimo y su
dulzura.
Ese sol de mi
invierno,
algunos días tan
esquivo,
tan huraño, tan
arisco,
pero es mi amigo y lo
busco,
y lo espero.
Para verlo cada
día
le espero sentado en el
banco
de mi paseo, donde cada
mañana
me siento y espero.
El sol del mediodía en mi invierno es;
como lo diría.
Es un niño malo,
travieso e inquieto.
A veces llega y me
castiga
y no lo aguanto
y él me obliga a
abandonarlo.
Otros días me
desespero
mientras le espero y él
sigue
jugando al escondite
entre las nubes;
Es su desquite, cuando
no juego.
Sea como sea,
me quiera o me
agravie
que no me falte
el sol de mi
invierno,
que no me falte
que,
que es mi amigo
y yo lo espero cada
mañana
sentado en mi
banco
de la alameda donde
paseo.
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